Nuestro Dios
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“…el Dios de la paciencia y de la consolación… el Dios de la esperanza… el Dios de paz sea con todos vosotros”, Romanos 15:5, 13, 33
Cada circunstancia en nuestra vida es un texto que Dios abre delante de nosotros para que le conozcamos. Es importante saber lo que Él hace y es capaz de hacer, pero más importante es que sepamos cómo es. A esto nos llaman los textos seleccionados para hoy. Han sido palabras que alentaron mi vida en momentos difíciles y, estoy seguro, que serán también un aliento especial para los lectores de esta reflexión.
Pablo, un hombre sujeto a dificultades, pruebas y grandes conflictos, da tres calificativos que expresan cómo es Dios. Primero es el Dios de la paciencia. No solo es paciente para con todos, sino que es el Dios que puede comunicarnos su propia paciencia. Esa capacidad para afrontar las situaciones difíciles de la vida sin inquietarnos aunque se prolonguen por mucho tiempo.
Dios está trabajando firmemente en esto a lo largo de nuestras vidas, permitiendo pruebas para producir en nosotros lo que es una perfección suya: la paciencia. La intensidad de las pruebas depende del conocimiento que tiene de lo que nos es preciso. Nos hace pasar por el crisol de la aflicción para que la paciencia opere en nosotros lo que necesitamos para ser completos.
En segundo lugar le llama “Dios de la consolación” (v.15b). Es decir, Él es el Dios que consuela. ¿No es esta la mayor bendición en nuestra experiencia de vida? Él enjuga las lágrimas, no de los ojos, sino del alma. Pone el bálsamo de su gracia en nuestras heridas y la va restaurando hasta que ya no duelen. Dios las cicatriza y sobre ellas pone gozo intenso en nuestras almas, paz profunda en nuestros corazones y amor completo en nuestras vidas.
Ahora puedo ver todo mi pasado con admirable calma, porque Dios se ha convertido para mí, en eso: El Dios de la consolación. Veo el futuro y sé que para todos habrá algún día de nubes sobre el horizonte, pero no va a faltar a nuestro lado el consuelo que sólo el Dios de la consolación puede dar.
Le llama también El Dios de la esperanza (v.13). No solo pone delante de nosotros un tiempo esperanzador, sino que Él mismo es nuestra esperanza: “Cristo, en vosotros, esperanza de gloria” (Colosenses 1:27). No sabemos cuánto tiempo el Señor nos va a tener aquí, pero en todo momento podemos ver seguros el futuro porque Él es nuestra esperanza. Tengo la impresión que el Señor va a venir a buscar a su iglesia en nuestro tiempo… ¡que maravilla! Partir de la transitoria experiencia de nuestra vida a la dimensión definitiva del encuentro con el Señor.
Finalmente Pablo le llama “El Dios de paz” (v.33). ¡Cuánta paz derrama en nuestros corazones! La inquietud sobre el presente y el futuro, y la tristeza del pasado, desembocan siempre en un remanso de paz. Es como el río de montaña que baja torrentoso, agitado, incluso violento, pero termina en el lago donde el agua es tranquila. Así, en nuestra experiencia, estamos entrando en el lago de la profunda paz a que Dios nos ha llevado. Nada podrá encresparlo porque estamos en el lugar de las delicias que Él nos ha preparado.
Un día nuestras vidas entrarán definitivamente en el mar de cristal en su presencia y tú y yo alabaremos eternamente a nuestro amado Dios y Salvador. Podemos hacerlo ya, ahora, y lo haremos con decisión en la medida en que conozcamos a este admirable Dios de la paciencia, de la consolación, de la esperanza y de la paz.
Oración: Señor, quiero conocerte más, ayuda mi necesidad y fortalece mi fe. En el nombre de Jesús, amén.
Por Samuel Pérez Millos