Nuestra herencia

“Para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros”, 1 Pedro 1:4

Dios es bueno, pero también sabio. La epístola habla largamente de las pruebas y de las situaciones difíciles en la vida cristiana. Pero, antes de referirse a ellas, el Señor presenta la gloriosa herencia que tiene dispuesta para nosotros a fin de alentarnos en medio de los conflictos y de dirigir nuestra mirada a lo que es eterno.

Todo está dentro de un propósito de Dios: que disfrute eternamente de una herencia que es la misma del Señor, absoluto y único heredero de todo, porque es el Unigénito del Padre. Por eso el apóstol Pablo dice que “todo es vuestro”. La herencia en el mundo procede de algún antepasado que la alcanzó con gran esfuerzo. Miramos a la Cruz y la nuestra es segura porque Cristo derrotó allí a Satanás y ha provisto para nosotros de absoluta y completa libertad, al precio de su misma vida.

Dios llama nuestra atención a las características de la herencia que nos está reservada. Es incorruptible, por tanto no puede acabarse; es incontaminada, de modo que no puede echarse a perder; también es inmarcesible, quiere decir que no puede menguarse ni debilitarse; además está reservada, dando a entender que quien la dispuso la guarda celosamente. No es una mera custodia, sino un trabajo que garantiza que será para nosotros.

Podemos comprar un pasaje de avión con reserva, de modo que nadie ocupará nuestro asiento, pero aun así podemos perder el avión; el lugar está reservado pero no podremos usarlo. Sin embargo, nunca perderemos el disfrute de la herencia porque, no solo ella está guardada, sino también nosotros, ya que ese es el propósito de Dios y su poder está puesto para que se cumpla.

La salvación en su plenitud, será la dicha eterna para nosotros. La ciudad celestial con sus glorias y perfecciones está reservada para ti y para mí. El cielo con su luz sin nubes, con su paz y delicias, está guardado para nosotros.

Pero, hay algo más: Dios dijo a Aarón que no tendría herencia alguna en la tierra, “no habrá porción para ti entre ellos: Yo soy tu porción y tu herencia” (Númros 18:20). Así también a nosotros. Nuestra herencia no está aquí abajo. El tránsito por este valle estará rodeado de pruebas y aflicciones, pero ya podemos comenzar a disfrutarla porque nuestra herencia es Dios mismo. No tendremos riquezas, ni faltarán las pruebas, pero tenemos a Dios con nosotros y podemos decir: “Jehová es la porción de mi herencia y mi copa; tu sustentas mi suerte. Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos y es hermosa la heredad que me ha tocado” (Salmo 16:5-6).

Que bendición: nuestra herencia comienza aquí. Hemos sido llamados para “alcanzar la salvación”, es decir, no entramos de inmediato a disfrutar de la herencia futura, a la que Pedro llama esperanza viva, pero es segura. No se trata de una ilusión incierta, sino firme, a la que las pruebas dan un cada vez más excelente peso de gloria.

Oración: Alma mía, levanta los ojos de las miserias temporales y ponlos ahora en la herencia celestial. Los problemas terrenales son pasajeros y el tiempo de la prueba poco, comparado con lo que nos está reservado en los cielos. Por eso digo agradecido: Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva. ¡Amén!

Por Samuel Pérez Millos

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