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Mirar, esperar, confiar

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Estos son las decisiones y pasos que debemos tomar en medio de las aflicciones y que nos guiarán a la victoria.

“Mas yo a Jehová miraré, esperaré al Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá”, Miqueas 7:7

El profeta Miqueas, cuyo nombre significa “¿Quién es como Jehová?”, vivió en un tiempo en donde el juicio de Dios estaba preparado para caer sobre Su pueblo corrompido y perverso. Hay palabras duras y advertencias solemnes que iban a llevarse a cabo, pero, en medio de toda esa situación, está el versículo que tomamos hoy.

El profeta establece tres decisiones. La primera es mirar a Dios. A su alrededor no tenía nadie en quien pudiera confiar, ni siquiera los más allegados de la familia; todos fallaban, todos fracasaban. Pero le quedaba Dios. En medio del caos levanta sus ojos hacia quien es Soberano y Señor, cuya manifestación está por encima del tiempo y fuera de los elementos perturbadores de esta vida. Él nos invita a mirarle, a levantar nuestros ojos de las situaciones difíciles que nos rodean para centrarlos en Él.

Mirar a Dios es depositar en Él nuestra fe. Así lo dice el profeta hablando en Su nombre: Mirad a mí y sed salvos todos los términos de la tierra (Isaías 45:22). Cuando nuestra mirada está centrada en lo que hay a nuestro alrededor, cerca de nosotros, la inquietud llenará nuestros días y la tristeza colmará nuestra alma. Todo cambia cuando dejamos de mirar las cosas, los afanes, los conflictos y las pruebas y centramos nuestra atención en Dios, que está cerca de nosotros para darnos profunda paz en medio de la tormenta.

Ese el primer paso que debo dar en mi vida si quiero superar las dificultades: levantar mis ojos al cielo para ver a Dios.

La segunda determinación del profeta, que debe ser también la nuestra, es “esperar al Dios de mi salvación”. Nota esto, no habla de esperar en Él, sino de esperarlo a Él. Es el Dios que actúa y viene a nuestro lado con los recursos de Su infinito poder. Fue quien, cuando el pecado abundó, hizo sobreabundar Su gracia. Mi salvación, la de los problemas, dificultades y pruebas, viene de Él.

Tan sólo debo acceder a Su trono de gracia para obtener los recursos del socorro oportuno. Tengo plena seguridad en Su promesa: porque Él da mayor gracia (Santiago 4:6). Su maravillosa provisión ya ha salido de Su mano hacia mí y llegará en su momento oportuno. Es cierto que quisiera que estuviese resuelto ya mi problema, pero el Dios mío lo resolverá en Su tiempo.

Esperar me es bueno porque sentiré cómo las pruebas van dando fortaleza firme a mi fe. Necesito aprender a esperarle. En cualquier momento las nubes se abrirán para mí y me encontraré para siempre con Él. Le espero, porque me ha dicho vengo pronto.

Por último hay un tercer paso que dar, es el de la confianza segura: El Dios mío me oirá. Ahora mismo miles de hermanos estarán clamando a Él, buscando Su rostro y esperando en Su gracia. Pero no debo desalentarme porque mi petición, por pequeña que sea, no pasará desapercibida para Él.

Entre los millones de súplicas que acceden a Su trono ya ha detectado la mía. No necesito decírselo en palabras, aún está el ruego en mi corazón cuando Dios ya lo ha conocido. Sabe que un pequeño y débil hijo suyo está en dificultades y ha puesto todos los recursos celestiales a mí disposición. No puede ser menos porque no es un Dios genérico, es “el Dios mío”.

Oración: Oh Dios, diré: confía, alma mía, porque mi Padre eterno cuidará de mí. En Cristo, amén.

Por: Samuel Pérez Millos 

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