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Mide tus palabras

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Por más de que Dios nos ame y que Su poder no tiene límites, no puede hacer mucho por quienes piensan que no necesitan un cambio ni reconocen sus errores.

¿Acaso has comido del árbol del que yo te ordené que no comieras? Y el hombre espondió: 'La mujer que me diste por compañera fue quien me dio del árbol, y yo comí.' Entonces Dios el Señor le dijo a la mujer: '¿Qué es lo que has hecho?' Y la mujer dijo: 'La serpiente me engañó, y yo comí.’ Génesis 3:11b-13

Amy había decidido tatuarse en el brazo la palabra preciosa. El artista que lo haría escribió una muestra en su computadora, se la mostró a Amy para que viera cómo iba a quedar, y luego comenzó a tatuarle el brazo.

Sólo al final, cuando el tatuaje estaba terminado, Amy notó que la palabra estaba mal escrita: en vez preciosa, el tatuaje decía precisa.

Amy estaba molesta... el artista también estaba molesto... la discusión terminó en la corte.

Amy culpaba al artista, y viceversa. Finalmente, el juez sentenció que Amy no podía culpar a nadie más que a sí misma por el error, ya que ella había aprobado el diseño antes de que fuera permanente.

Al ser humano le gusta culpar a otros por sus errores. Veamos a Adán y Eva. Después que Dios los confrontara por haber comido del árbol prohibido, Eva culpó a la serpiente por haberla tentado.

¿Y Adán? Él fue más allá en su acusación, primero trató de culpar a Eva... pero incluso implicó a Dios mismo: “La mujer que me diste por compañera me dio de ese fruto, y yo lo comí”.

A través de los siglos el Señor ha escuchado innumerables excusas. Tan constantes somos para excusarnos a nosotros mismos, que Jesús dice que, en el Día del Juicio, el perdido tratará de justificarse diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos desnudo, o con hambre, o enfermo, o en prisión?”

Simplemente no nos gusta admitir que estamos en falta, ¿verdad?

Esto es triste, porque el Gran Médico no puede hacer mucho por quienes piensan que están sanos y saludables. Recuerda en la parábola de Jesús, fue el recaudador de impuestos quien confesó: “¡Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador!” (Lucas 18:13), y él fue quien regresó a su casa perdonado.

Juan lo dijo muy claramente: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, lo hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros” (1 Juan 1:9-10).

ORACIÓN:  Señor, confieso que soy pecador. Mis pensamientos, mis palabras y mis acciones no son lo que deberían ser. Te doy gracias porque Jesús vino a este mundo para salvarme a mí y a todos. Envía tu Espíritu Santo para que cada alma enferma admita su necesidad y encuentre el perdón en la cruz del calvario y la tumba vacía. En el nombre del Salvador. Amén.

Por: Pastor Ken Klaus

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