Pero esa misma noche se levantó, tomó a sus dos mujeres, sus dos siervas y sus once hijos, y cruzó el vado de Jaboc. Los tomó, y los hizo cruzar el arroyo, con todas sus posesiones. De modo que Jacob se quedó solo, y un hombre luchó con él hasta la salida del sol. Pero cuando ese hombre vio que no podía vencerlo, lo golpeó en la coyuntura de su muslo, y en la lucha el muslo de Jacob se descoyuntó. El hombre dijo: «Déjame ir, porque ya está saliendo el sol.» Pero Jacob le respondió: «No te dejaré ir, si no me bendices.» Aquel hombre le dijo: «¿Cuál es tu nombre?» Y él respondió: «Jacob». Y el hombre dijo: «Tu nombre ya no será Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido.» Entonces Jacob le preguntó: «Ahora hazme saber tu nombre.» Y aquel hombre respondió: «¿Para qué quieres saber mi nombre?» Y lo bendijo allí. A ese lugar Jacob le puso por nombre «Peniel» porque dijo: «He visto a Dios cara a cara, y sigo con vida.» – Génesis 32:22-30
Me encanta esta historia de Jacob luchando con Dios. Esta es una de las veces en que Cristo aparece en el Antiguo Testamento antes de su encarnación. Es uno de esos momentos misteriosos en que Dios aparece corporalmente para hablar con su pueblo y, en este caso, Jacob luchó con él.
¿Por qué querría Dios luchar con Jacob? No lo sé, pero en cierto sentido creo que le hizo un favor. Esa noche Jacob estaba desesperado y preocupado. Había engañado a su hermano Esaú mucho tiempo atrás, y tenía razones para pensar que Esaú querría matarlo por venganza. Jacob estaba en el desierto, con muchas mujeres y niños de su familia a quienes tenía que proteger y a punto de encontrarse con su hermano por primera vez después de muchos años. Jacob envió a su familia al otro lado para protegerlos y se sentó solo en la oscuridad, a esperar. Entonces se le apareció Dios para luchar con él.
¡Y se le olvidó su preocupación! Nadie tiene tiempo de preocuparse cuando alguien le aprieta el cuello. Jacob hizo su mayor esfuerzo, pero no pudo ganar. Su contrincante tampoco parecía estar ganando. Y entonces sucedió algo extraño. Cuando salía el sol, el hombre extendió su mano y tocó la cadera de Jacob, solo la tocó, y se la dislocó. ¡Ay! Pero, ¿quién era este hombre, que podía hacer algo así con solo tocarlo? Si Jacob no sabía quién era ese hombre, con esto lo supo.
Entonces Dios le dijo: «Déjame ir, porque ya está saliendo el sol». ¿Qué? Jacob no estaba en condiciones de evitar que se le escapara, ¡y mucho menos Dios! Pero, aun así, Dios se lo pide. Jacob se niega hasta que Dios lo bendice, y lo declara “ganador”.
Sin duda, en las noches más oscuras de tu vida, has tenido tus propias luchas con Dios. Y probablemente llevas las cicatrices, igual que Jacob. Está bien. Nuestro aparente enemigo es en realidad nuestro Salvador; nos damos cuenta cuando amanece. Su lucha con nosotros resulta ser nuestra bendición. Y porque Él nos ama y nos ha llamado suyos, no tenemos que preocuparnos de que se nos escape. Aquel que nos salvó con su propia muerte y resurrección nos mantendrá a salvo, porque somos suyos para siempre.
ORACIÓN: Señor, mantenme a salvo en los momentos oscuros en que lucho contigo, hasta que amanezca y vea tu rostro. Amén.
Preguntas de reflexión:
1. ¿Recuerdas algún momento oscuro de tu vida en que luchaste con Dios?
2. ¿Cómo terminó Dios ese momento oscuro?
Por: Dra. Kari Vo.