Los votos matrimoniales que han sido quebrados
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Muchos cristianos divorciados se han sentido que entran a la iglesia con una letra escarlata "D" [en el pecho]. La autora Elisabeth Corcoran era una de ellas. Después de que su matrimonio de casi 19 años se deshizo, Corcoran lidió con el dolor, la confusión y la vergüenza. Esos sentimientos fueron incrementados cuando, poco después de su divorcio, le pidieron que cancelara su participación en un evento para mujeres donde iba a hablar; por supuesto, la petición se hizo muy a las escondidas.
Después de la publicación de su libro, Unraveling: The End of a Christian Marriage, Lea modera un grupo para divorciados en Facebook. Ha escuchado cientos de historias similares. Los divorciados suelen escuchar estas palabras: "Dios aborrece el divorcio". Al escuchar eso, una mujer divorciada respondió escribiendo: "lo sé, yo misma no soy una aficionada del divorcio".
Mientras que las investigaciones muestran que el matrimonio entre creyentes que practican su fe activamente tiene mejor resultado que otros matrimonios, el porcentaje de divorcios dentro de la iglesia es alarmantemente alto. Tristemente, en lugar de experimentar a la iglesia como un lugar en donde se encuentra consuelo y restauración, los divorciados frecuentemente encuentran una respuesta impregnada de sentimientos de culpa.
Las diferencias de interpretación en cuanto a si la Biblia permite el divorcio hace sentir a algunos cristianos como que tenemos las manos atadas, cuando lo que añoramos es extenderlas hacia los divorciados en compasión. Además, la creencia de que "se necesitan dos" para que un matrimonio funcione, se traduce erróneamente en que también "se necesitan dos" para que un matrimonio se rompa. Por consiguiente, les asignamos culpa a los dos.
Sin embargo, lo cierto es que sólo se necesita uno para destruir un pacto, como podemos aprender cuando vemos la relación de Dios con el reino del norte de Israel.
Nuestro propio entendimiento del matrimonio está modelado en el pacto que Dios mismo hizo con su pueblo. Como explica David Instone-Brewer en Divorce and Remarriage in the Church, Dios era el esposo de Israel (Isaías 54:5), quien la tomó como suya propia e hizo un voto de alimentarla, vestirla, amarla y ser fiel a ella (Ezequiel 16). En un contraste radical a la fidelidad y al cuidado de Dios, Israel y Judá sin ninguna vergüenza ignoraron el pacto: fueron negligentes con Dios, abusaron de él y le traicionaron. Los profetas repetidas veces sacaron a relucir dicho comportamiento y lo llamaron por lo que era, una violación del pacto: adulterio (Ezequiel 23:37; Jeremías 5:7).
El pacto matrimonial de Dios con el reino del norte de Israel había sido quebrantado por la conducta producto del corazón duro del pueblo, y en Jeremías 3:8 escuchamos estas palabras: "y vio también que yo había repudiado a la apóstata Israel, y que le había dado carta de divorcio por todos los adulterios que había cometido". En Isaías 55:1 pregunta, "A la madre de ustedes, yo la repudié; ¿dónde está el acta de divorcio?"
Dios quiere que la apóstata y adultera Judá aprenda una lección del ejemplo de Israel. Ambas naciones hermanas habían sido infieles y habían quebrantado el pacto con Dios, pero mientras que Dios se divorció de Israel, a Judá le estaba ofreciendo una segunda (y tercera, y cuarta) oportunidad de obtener misericordia. Su oferta de restauración fue bellamente interpretada por Oseas en su matrimonio con la infiel Gomer y al final se volvió realidad en el matrimonio inquebrantable entre Cristo y la iglesia.
Con frecuencia yo había hecho alusión al paciente perdón de Dios y la renovación del pacto en Oseas, pero la descripción que Dios hizo de su propio divorcio del reino de Israel me sorprendió grandemente. Yo había internalizado, sin cuestionar, la frase "el pecado del divorcio". Sin importar de qué manera yo interpretaba las palabras del Señor sobre el tema, si Dios mismo había experimentado esta infidelidad, yo necesitaba repensar mi entendimiento del pecado y del divorcio.
Permítame hablar con claridad: El pacto matrimonial fue diseñado para ser un pacto permanente y siempre es la culpa del pecado cuando un matrimonio termina en divorcio. Cometemos pecado cuando quebrantamos nuestros votos y el matrimonio exige la práctica regular de la confesión y el perdón por los fracasos y los descuidos entre los cónyuges. Sin embargo, hay una diferencia entre los errores menores y no intencionales y la violación voluntaria de los votos del pacto. En los primeros, debemos perdonar y "soportarnos los unos a los otros en amor". En la violación seria del pacto, Dios le da la oportunidad a la víctima de escoger: Permanecer en la relación y perdonar como él lo hizo con Judá, o divorciarse cuando el pacto ha sido quebrantado por "dureza de corazón", como sucedió con Israel.
El pecado en el divorcio descansa en el quebrantamiento de los votos matrimoniales, no necesariamente en el divorcio mismo. El divorcio mismo de Dios era completamente el resultado del pecado de la dureza de corazón de Israel. Dios era la víctima sin culpa de un divorcio. Cuando Dios dice "aborrezco el divorcio" (Malaquías 2:16), lo dice no apuntando el dedo furiosamente como un juez sino con el corazón quebrantado de Uno que ha experimentado el efecto devastador del rechazo y la traición de manos del ser amado.
El divorcio no es la voluntad ni el deseo de Dios para nosotros. Aún en los casos en que el divorcio se permite, no se ordena, y aun así es una tragedia. El divorcio deja devastación y víctimas en su camino.
El hecho de que Dios mismo es un divorciado, a pesar de su fidelidad al pacto sin mancha, nos llama a un entendimiento más modulado del matrimonio y del divorcio. En nuestros propios matrimonios, Dios nos llama a seguir su ejemplo de fidelidad al pacto y nos ha demostrado lo mucho que se necesita la gracia y el perdón para mantener una relación frente a la pecaminosidad humana. El ejemplo de Dios nos da un marco de trabajo para hablar profundamente sobre el compromiso y la gracia, y al mismo tiempo poder decir que en situaciones de dureza de corazón y quebrantamiento deliberado del pacto, el divorcio era permitido como la manera en que Dios declaraba que un pacto quebrado, estaba oficialmente "quebrado".
Encontramos sabiduría cuando vemos temas candentes dentro del marco más amplio de las Escrituras. Una conversación sobre la pureza no debe ser solamente sobre si la persona era virgen cuando se casó (aunque hizo "todo lo demás" excepto eso), sino sobre cómo ha manejado responsablemente su sexualidad a través de toda su vida. Similarmente, la prueba máxima para si una persona ha sido fiel al pacto matrimonial no debe ser solamente basado en si la persona se divorció (aunque hizo "todo lo demás" excepto eso), sino sobre cómo hemos manejado responsablemente nuestro matrimonio y como diariamente intentamos modelar la fidelidad de Dios en nuestro trato con nuestro cónyuge.
Dios nos llama a un pacto de fidelidad. Necesitamos lamentarnos de los pecados que cometemos cuando fracasamos en mantener nuestros votos a nuestro cónyuge antes de lamentarnos del "pecado del divorcio". Sostener y honrar el matrimonio no se va a lograr avergonzando a los divorciados y oponiéndose al divorcio, sino con nuestra dedicación firme y cargada de gracia por guardar los votos de amor, cuidado, apoyo y fidelidad que hicimos el día de bodas. Somos llamados a considerar un pacto de fidelidad mucho antes de considerar el divorcio y somos llamados a la gracia en el caso trágico cuando ocurre el divorcio.
-Escrito por Bronwyn Lea
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