Las montañas de la vida

Cuando contemplo la naturaleza y veo las montañas, lo primero que viene a mi mente es la grandeza de Dios. Me he preguntado ¿por qué? Creo que la respuesta radica en la diferencia que encuentro entre los edificios que el hombre hace y las montañas que solo Dios puede crear. Pero, ¿por qué no siento igual con las playas? Estas tampoco pueden ser creadas por el hombre. Me imagino que la sensación podría variar de una persona a otra, pero para mí hay algo en las montañas que me maravilla… Quizá es su majestuosidad o cuán imponentes pueden ser.

Con relación a las montañas, hay diferentes formas como podemos pensar acerca de ellas. Una montaña puede asemejarse a un obstáculo, algo que impide que hagamos algo o que dificulta nuestra comodidad. Pero al mismo tiempo hay personas que ven la montaña como un reto, algo para conquistar. Increíble, dos personas mirando el mismo objeto pero con reacciones totalmente opuestas. ¡Una persona está paralizada y la otra energizada!

Podemos usar la montaña como una analogía de los problemas de la vida. Cuando nos levantamos en la mañana y nos encontramos con montañas inesperadas, nuestra respuesta dependerá de dónde acudimos para encontrar la fortaleza. El Salmo 121:1 nos enseña: “Levantaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro?” ¿Está implicando que nuestro socorro vendrá de los montes? Obviamente el único que nos puede socorrer es nuestro Señor. Entonces ¿por qué las montañas sirven de ícono para pensar que el socorro viene de allí?

A lo largo de la revelación bíblica, Dios usa los montes y las montañas para representar algo acerca de Él. El profeta, en Amos 4:13, nos recuerda “Pues he aquí el que forma los montes, crea el viento y declara al hombre cuáles son sus pensamientos, el que del alba hace tinieblas y camina sobre las alturas de la tierra: el Señor, Dios de los ejércitos, es su nombre”.

Aun al inicio de la revelación bíblica, vemos cómo el Señor pidió a Abraham que sacrificara su hijo, y cuando lo hizo, lo envió a un monte (Génesis 22:2). En el siguiente libro de la Biblia leemos que Dios le entregó a Moisés las tablas de los diez mandamientos en el Monte Sinaí (Éxodo 34:1-3). Más adelante leemos acerca del encuentro de Elías con el Señor y, esta vez, ocurrió en el monte del Señor (1 Reyes 19:11). Y en los tiempos finales, en medio de la tribulación, se instruye al pueblo de Dios a huir. ¿Hacia dónde debe hacerlo? A los montes (Lucas 21:21 y Marcos 13:14). Entonces podemos ver los montes o las montañas como símbolos de nuestra protección.

El mismo símbolo que representa la presencia de Dios (montes o montañas) es el mismo símbolo que muchas veces usamos para representar nuestras dificultades en la vida. Sabemos que Dios tiene un propósito en estas montañas de la vida, porque Él hace cooperar todo para nuestra bien (Romanos 8:28). Cuando nos encontramos con Dios en las dificultades, entonces Él las usará para darnos una vida de mayor intimidad con Él haciendo crecer nuestra fe, nuestra paciencia, la capacidad de perdonar y eventualmente aumentando nuestro gozo.

Entonces, volviendo al inicio, dos persona pueden ver la misma montaña como un obstáculo o como un reto. Esto es exactamente lo que el Señor quiere que aprendamos. Podemos enfrentar cada montaña con dos perspectivas diferentes: el obstáculo y el reto. En nuestras dificultades, podemos ver el obstáculo como una oportunidad para crecer en Él; para experimentar su amor y cuidado, que luego podemos compartir con otras personas. Conocer las bendiciones de Dios nos motiva a querer compartir el evangelio con aquellos que no lo conocen para que ellos puedan disfrutar de las mismas bendiciones.

El profeta Isaías nos recuerda “¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz, del que trae las buenas nuevas de gozo, del que anuncia la salvación, y dice a Sion: Tu Dios reina!” (Isaias 52:7).

Cuando experimentamos Su cuidado durante las dificultades y lo compartimos con otras personas, ellos están experimentando Su amor a través de nosotros. Están viendo la fortaleza que viene del Espíritu Santo que mora en nosotros. Dios nos recuerda de qué manera cuida de nosotros: “Como los montes rodean a Jerusalén, así el Señor rodea a su pueblo desde ahora y para siempre” (Salmos 125:2). Un día llegará cuando no tendremos más dificultades y viviremos por la eternidad con Él como lo afirma la Palabra: “Y acontecerá en los postreros días, que el monte de la casa del Señor será establecido como cabeza de los montes; se alzará sobre los collados, y confluirán a él todas las naciones” (Isaías 2:2).

Este día llegará, sin embargo hoy nos toca mantener nuestra vista en Él y en la meta para que podamos decir como Pablo al final de nuestros días: “He peleado la buena batalla, he terminado la carrera, he guardado la fe” (2 Timoteo 4:7) Y cuando este día llegue, oiremos al Señor decir: “Bien, siervo bueno y fiel; en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:21).

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