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¡Eternamente agradecida!‏

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Así como la mujer que tocó el manto de Jesús, nosotras hemos sido salvadas por el Señor y Su poder redentor nos ha hecho libres.

“…cuando oyó hablar de Jesús, se llegó a Él por detrás entre la multitud y tocó su manto. Porque decía: Si tan sólo toco sus ropas, sanaré”, Marcos 5:27-28.

Uno de los pasajes de la Biblia que más confrontan mi vida es aquella ocasión cuando Cristo caminaba entre la multitud y una mujer, llena de fe, tocó Su manto para ser sanada. Esta mujer duró años de su vida buscando una cura a su enfermedad, gastó todo lo que tenía. Es muy posible que era una mujer que no tenía una vida social común y corriente. Por su condición física, no podía estar entre las personas, incluso muchos la debían considerar inmunda, una mujer olvidada, rechazada y abandonada. De alguna forma escuchó sobre Jesús, que hablaba de manera distinta a los demás, haciendo milagros y señales que mostraban que era el Hijo de Dios.

Puedo imaginar los ojos de esta mujer brillar al escuchar cómo muchos fueron sanados solo con Su palabra, imagino cómo su corazón se aceleró al pensar que había una forma de ser libre, tal vez lágrimas corrían de sus ojos al saber que había esperanza en algún lugar de su ciudad. Me sorprende su fe y cómo se dijo: ¡si tan solo tocare el borde de su manto, seré sana! ¡Si tan solo... tocare su manto! Corrió a buscarle, entre la multitud, le escuchó. Luchó por llegar a Él, era difícil, muchos estaban a Su alrededor, era casi imposible hablarle, pero su corazón gritaba, “quiero ser sana, quiero ser libre, sáname”, en medio de su lucha por acercarse, se encontró tan cerca de Su manto, y entonces, con fe, le tocó y fue sanada de inmediato.

Al hacer una comparación de esta historia con nuestra vida espiritual, encontramos varias aplicaciones. El pecado es  como una enfermedad que va dañando nuestras vidas, solo Cristo es la solución a esta condición pecaminosa. Antes de tener a Cristo en mi vida, nada podía satisfacer mi corazón. Escuchar de Jesús cambió mi vida. Él me hizo entender que solo Él podía restaurarme y hacerme nueva criatura para siempre. Cuando le dije que “sí, creo en Ti, perdóname, sáname, sálvame, renuévame”, en ese momento, por Su gracia, como cuando aquella mujer tocó Su manto, salió poder de Él, quitó la venda de mis ojos y me llevó al arrepentimiento.

Por esta razón estaré eternamente agradecida, porque de entre la multitud, me escogió, Su poder redentor se hizo vida en mí y hoy puedo decir: ¡soy libre! Cristo me ha salvado. Eternamente adoraré al que ama mi alma, a mi Salvador, y no hay nada que dé más gozo a mi corazón que saber que soy Su hija y que Él es mi Padre.

Durante todo este año, Cristo ha hecho cosas maravillosas en mi vida. En Él he encontrado esperanza, confianza, paz, confrontación, amor, provisión y contentamiento. Su Palabra es el alimento que me mantiene fuerte, mi ayuda en tiempos de debilidad y mi gozo completo. Me está enseñando cada día más a depender de Él y menos de mí. A escuchar al Espíritu Santo y no a los deseos de mi carne y de mi corazón.

Doy gracias a Dios por cada persona que oró por mí este año, por cada persona que en algún momento me aconsejó y me guió a través de la Palabra de Dios. Estoy muy agradecida por cada victoria, por cada prueba, por buenos momentos, por tiempos difíciles, por la escasez  y por la abundancia. Me siento tan bendecida por mi familia, por mis amigos y, sobre todo, mi corazón está lleno de gozo y gratitud a Cristo, quien me ha guardado cada día y ha guiado mis pasos a la Verdad.

Por Albelina Reyes Gomez

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