Cuando unas personas se convierten en proveedoras para las necesidades de otras personas con necesidades especiales, tiene lugar una extraña paradoja. Si no hubiera conocido a las familias, jamás hubiera pensado que un niño con síndrome de Down, o espina bífida o parálisis cerebral pudiera ser una carga tan terrible. Se podría pensar que es una terrible maldición estar obligado a asumir esa abrumadora responsabilidad.
Pero, en realidad ocurre lo contrario. La familia se ennoblece y se estimula cuando sus miembros aprenden a ser siervos. Los miembros de la familia descubren que la alegría de ayudar a otro, especialmente al que es más débil, ofrece una satisfacción mucho más duradera que los videojuegos y ver la televisión.
“La religión pura y sin mancha delante de Dios el Padre es esta: visitar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones” (Santiago 1:27). Todos queremos ser importantes; ¿qué podría ser más importante que vivir nuestra vida de la misma manera que Jesús vivió, llevando beneficios a la vida de otras personas?