"¡Sálvate a ti mismo, si en verdad eres Hijo de Dios, baja de la cruz!"
Bien, ¿qué habría pasado si Él lo hubiera hecho? ¿Y si Jesús realmente hubiera bajado de esa cruz? ¿Y si Él hubiera mirado esta humanidad pecadora y hubiera cancelado el plan de redención para nuestras apenadas almas? Esa multitud airada miraba a la única vía que jamás tendrían para escapar del tormento eterno- y se burlaban.
Ellos… es fácil incluirnos en los pocos que como María Magdalena estaban realmente horrorizados por la cruz; ¿verdad?
Pero en su libro C.J. Mahaney lo presenta de una manera diferente y convincente:
"Déjenme decirles con quién me identifico más. Me identifico con la multitud airada que gritaba ¡Crucifíquenlo!"
Es con esa multitud con quien todos debemos identificarnos. Porque separados de la gracia de Dios, es allí donde todos estaríamos; y pensar diferente de nosotros mismos, no es más que auto-adulación. Si no te ves a ti mismo en la multitud bulliciosa, llena de hostilidad y odio hacia el inocente Cordero de Dios, realmente no entiendes la naturaleza y profundidad de tu pecado o la necesidad de la cruz.
En la medida en que los gritos aumentaban, ¿qué le parecía a nuestro Señor al mirar a estas personas? Aunque no te puedas reconocer entre las caras airadas, o distinguirte entre las voces estridentes… Él sí puede. Y en respuesta a esos gritos y maldiciones pecaminosas hechas por ti y por mí, Jesús se rinde a la sentencia de muerte.
Cuando empezamos a darnos cuenta de que nos hemos unido al grupo que se burlaba; que somos culpables de la muerte de nuestro Salvador; empezamos a entender la seriedad de nuestro pecado.
Pero mi propósito final no es convencerte de pecado; quiero convencerte de la gracia. Porque cuando estás convencido profundamente de tu pecado y de la afrenta que es a la santidad de Dios, y de cuán imposible es para Él responder al pecado de otra manera que no sea con Su ira, entonces estarás maravillado de cuán sublime es Su gracia.
Solo aquellos que realmente conocen su pecado pueden atesorar la gracia.