“Por lo tanto, hermanos, tomando en cuenta la misericordia de Dios, les ruego que cada uno de ustedes, en adoración espiritual, ofrezca su cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta”, Romanos 12:1-2
Dios nos ha dado un trabajo que realizar y nuestro constante aplazamiento para llevar a cabo Su plan es desobediencia. Eso hace que la postergación habitual sea un problema grave. Leer la Biblia diariamente, orar y diezmar no son las únicas cosas que los cristianos suelen aplazar o descuidar. También podemos postergar…
Servir en la iglesia. Nos ofrecemos para servir, pero cuando nos llaman a hacerlo decimos que no. Si nos preguntan por qué, podemos responder que la duración del compromiso no nos conviene. En otras ocasiones decimos que el trabajo no se ajusta a lo que somos. En ambos casos, si examinamos nuestros sentimientos, descubriremos que estamos evitando lo que no nos gusta o no somos competentes de hacer.
Hablar de nuestra fe. Podemos ponernos muy ansiosos al pensar en cómo debemos expresarnos, en cómo reaccionarán los demás y en si seremos capaces de responder bien las preguntas. Cuando la inseguridad nos amenaza, normalmente elegimos no hacer nada por encima de la obediencia.
Someter nuestra voluntad a la del Señor. El solo pensar en dar a Dios el control en ciertas áreas hace que muchos nos sintamos temerosos. Por tanto, nos aferramos a nuestra voluntad y evitamos someternos a la de Él. Pero el verdadero sometimiento dice: “Señor, estoy dispuesto a hacer lo que quieras en esta situación. Voy a obedecer tu Palabra”.
Después de un tiempo, como consecuencia, nuestro crecimiento espiritual se atrofia. Entonces, nuestra utilidad para el Señor y nuestro gozo disminuyen.
El Señor nos ha pedido que seamos sus embajadores (2 Corintios 5:20). Por tanto, la irresponsabilidad no tiene lugar en la vida del creyente.