“Esforzándonos para una vida con propósito”

Estaba sentada en la mesa del comedor, embarazada de nuestra hija más pequeña, anticipando lentamente lo que el día me traería. Ante mí, la Biblia abierta en una página que mostraba partes subrayadas de la mucha lectura del mismo pasaje. Unos días antes había decidido estudiar nuevamente el evangelio de Juan. La querida historia de amor del apóstol sobre el Salvador ha sido una de mis favoritas por mucho tiempo.

Me sentía algo perdida, en un desierto espiritual, preguntándole a Dios cosas sobre los eventos del mes anterior. Un negocio que había fracasado y que había causado gran estrés financiero encabezaba una lista de quejas que le había empezado a presentar a Dios todos los días en oración.

Estaba leyendo el capítulo diez de Juan cuando leí el versículo que me impulsaría a una nueva fase de mi caminar espiritual. Este versículo estaba allí, subrayado y marcado, prueba de que ya había sido estudiado muchas veces. Pero ese día Juan 10:10 saltó de esa página para envolver mi corazón: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”.

Me senté por un minuto para digerirlo todo.

¿Vida abundante? “¡Yo no estoy viviendo una vida abundante!”, admití. Quizá súper frenética y ciertamente ocupada, pero no el tipo de abundancia de la que habló Jesús. Para nada.

Mientras meditaba en las palabras de Jesús, un pensamiento sobrio llenaba mi alma. Yo estaba practicando religión: atendiendo a la iglesia, leyendo la Biblia y orando. Pero muy dentro de mí, me sentía vacía e insatisfecha. Mi fe era superficial y mi caminar débil. No, mi vida no era abundante para nada.

El llegar a esa conclusión de mi frágil espiritualidad me puso muy triste. Mis fluctuantes hormonas durante el embarazo me ayudaron a admitir que podría hallar beneficio en un buen lloriqueo. Sin embargo, más que nada, me daba cuenta de que quería más. La misma vida abundante que Cristo prometió, eso era lo que yo quería. Una fe sólida como una roca, una que podía ver más allá de las circunstancias, eso era lo que yo necesitaba. ¡Sí, yo quería lo que Jesús prometió y estaba determinada a encontrarlo!

Me enteré que esto no me pasaba a mí nada más. Según una encuesta del Grupo Barna en el 2006, 45% de los estadounidenses profesaron ser cristianos nacidos de nuevo. Si eso es verdad, ¿cómo podemos explicar el estado en que nuestra sociedad se encuentra hoy día? Si más cristianos vivieran de lunes a sábado las cosas que cantamos los domingos por la mañana, no sólo nuestra nación, sino nuestro mundo sería un lugar mejor y más feliz.

Desafortunadamente me temo que nuestro grupo no está limitado al espacio afuera de las puertas de la iglesia. Usted nos puede encontrar haciendo oraciones poderosas en frente de nuestros grupos de estudio Bíblico; nos puede encontrar alzando nuestras manos en señal de alabanza los domingos por la mañana y hasta sirviendo en ministerios diferentes dentro de nuestras iglesias.

Sin embargo, si mirara dentro de nuestros corazones y mentes, probablemente encontraría una desconexión entre lo que proclamamos como verdad y la forma cómo vivimos y actuamos realmente, simplemente porque no sabemos cómo aplicar las verdades de Dios a nuestras vidas. Cerrar la brecha de doce pulgadas de distancia entre el cerebro y el corazón es decisivo cuando se trata de vivir una vida con propósito, llena del espíritu e impactante para el mundo.

¿Se identifica usted con esto? ¿Se siente como si hubiese una desconexión entre lo que dice creer y cómo actúa según su fe? Este fue el reto que me llevó a un despertar espiritual que cambió mi vida para siempre y me inspiró a escribir mi primer libro. Y dado a los comentarios y opiniones que he recibido hasta ahora, parece que todos estamos sedientos por encontrar esa vida abundante.

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