¿Abandonada por Dios?

“Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias”, Isaías 54:7

Hay un concepto teológico que encontramos en las Sagradas Escrituras y que los comentaristas bíblicos han llamado “El Silencio de Dios”. Se refiere a esa experiencia espiritual cuando el verdadero creyente se siente “como” si hubiese sido abandonado por la mano de Dios. Y digo “como” (un símil) porque en realidad nunca fue, ha sido, ni será así. Dios siempre ha estado ahí; Su presencia es real aunque invisible; Su auxilio es siempre presto aunque imperceptible en ocasiones. Son esos momentos en que debemos avanzar por fe y no tan sólo por vista (2 Corintios 5:7).

Aun nuestro Señor Jesucristo pasó por la inefable experiencia de sentirse abandonado por breves momentos de la mano de Dios: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, se recogen Sus palabras en Mateo 27:46.

La Palabra tiene una nota de gran consuelo: “Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias”. Si no percibimos a Dios es tan sólo por un breve instante, aunque nos parezcan años o quizás siglos. Simplemente es Dios que muchas veces nos está probando.

Recordemos el caso de Job. Él no entendía la situación terrible por la que estaba atravesando, Dios estaba ahí y al tanto de todo, pero estaba silente cumpliendo Su propósito en él. Otras veces nuestros pecados levantan una barrera entre nosotras y Dios, y nuestra comunión con Él se ve seriamente comprometida. Pero algunas veces es Dios que está preparando nuestros corazones para luego darnos una gran bendición.

Su promesa final es: “Te recogeré con grandes misericordias”. Qué bueno es saber que, a pesar de la noche de nuestras circunstancias, el amanecer de Sus grandes misericordias nos espera al final del túnel. “Él es quien hace la llaga y él la vendará; él hiere y son sus manos las que curan” (Job 5:18).

Oración: Misericordioso Dios, permite que en la noche oscura podamos recordar tus misericordias y alabarte. Gracias porque nunca me has desamparado y estarás conmigo todos los días hasta el fin. En el nombre de Jesús, amén.

Por Carmen García de Corniel 

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