Déjame que empiece hablando de este tema con una alegoría. Seguro que en algún momento de tu vida has preparado un pastel, ¿no es cierto? Se empieza haciendo la masa y, una vez esta está lista, se mete en el horno. Pero no se mete la masa suelta en el horno: se mete en un molde.
La masa no tiene una forma específica, no sale con forma de pastel cuando terminamos de hacerla. Es líquida y maleable, toma la forma del molde en el que la pongamos. Si el molde es redondo, el pastel será redondo. Si el molde es cuadrado, el pastel será cuadrado. Es decir, la pasta se adapta al molde.
En tu vida ocurre lo mismo. Cuando pasas tiempo en la Presencia de Dios, permites a Su Espíritu que imprima en ti el carácter de Jesús y que haga Su obra en ti (mira Juan 14:26). La Presencia de Dios se convierte en ese molde que te da forma y que transforma tu vida.
Así es, querido(a) amigo(a): eres como esa masa para pastel. De ahí la importancia de que tanto el “molde” como el entorno en el que pasas tiempo sea el adecuado: la Presencia de tu Padre celestial. Dios no va a destruir todo lo que eres, al contrario: Él te va a moldear, respetando a la vez tu personalidad.
Al igual que el pastel crece y toma ese color dorado cuando está en el molde, la Presencia de Dios actúa como un acelerador del crecimiento en tu vida. Irás de victoria en victoria y de gloria en gloria: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Corintios 3:16).
Gracias por existir,
Eric Célérier