La historia de la raza humana comenzó muy bien. Las primeras personas, Adán y Eva, vivieron en perfecta armonía entre ellos y gozaron de su primer sábado de descanso con su Dios. Pero después de Génesis 2 vino Génesis 3. La santa pareja eligió a Satanás y sus promesas vacías en lugar de Dios, e invitaron toda clase de corrupción a sus vidas que una vez fueron perfectas.
La culpa y el temor sustituyeron la inocencia en su relación con Dios y la situación empeoró. Después de Génesis 3 vino Génesis 4; el odio de Caín a su hermano Abel se convirtió en furia asesina. Ese triste capítulo se cierra con las siguientes generaciones haciendo alarde de su temperamento violento y de su disposición a utilizar la violencia.
Y aquí estamos. Nacemos defectuosos y estropeados, egoístas y en conflictos los unos con los otros. Pero hemos sido rescatados por Jesucristo, perdonados de los pecados del pasado y nuevamente fortalecidos y comisionados para una vida mejor. La curación ha comenzado. Nuestra relación con Dios, que antes estuvo rota, se ha restablecido. Hemos sido reconciliados por la sangre derramada del Cordero. El descanso sabático ha sustituido la culpa y el temor.
El gran deseo de Dios y la comisión que nos da es que también nos reconciliemos unos con otros. Aunque Satanás va a tratar de utilizar cada una de las diferencias que haya entre nosotros para separarnos por medio de sospecha, resentimiento y temor, el Espíritu que está en nosotros nos lleva a amar, respetar y apreciar a las otras personas. “Recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios” Romanos 15:7