Leer 1 Corintios 15:9-11
El apóstol Pablo tenía cierta mentalidad que los cristianos harían bien en imitar (1 Corintios 11:1). En su actitud había:
Humildad. El orgullo no puede ocultarse en el corazón de un creyente que entiende la misericordia divina. Pablo difundió el evangelio porque sabía que la gracia que fue suficiente para salvar a un pecador como él, era suficiente para todos.
Un sentido de gratitud. El apóstol nunca olvidó hasta dónde lo había llevado la gracia de Dios. Recordaba a menudo a los creyentes el papel que había tenido en la persecución de la iglesia (1 Timoteo 1:13). La gratitud de Pablo por la salvación de su vida anterior nunca menguó. El libro de Hechos registra la ansiedad constante y el sufrimiento en sus viajes, pero seguía alabando al Señor por el privilegio de servirle.
Un sentido de dependencia. Para referirse a la fuente de su fortaleza, Pablo utilizó estas palabras: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Corintios 15:10). Él sabía lo que era depender de la bondad propia humana y esforzarse por ser buen religioso —y no quería saber nada de eso. Pablo deseaba más de Cristo y nada de sí mismo (Filipenses 3:8).
Un espíritu de absoluta confianza. Al final de su vida, Pablo estaba más seguro que nunca de que Dios era real, que tenía el control y de que era digno de toda honra, gloria y alabanza (2 Timoteo 4:6-8).
¿Ve estas actitudes en usted? Siga el ejemplo del apóstol Pablo. Alabe al Señor por todo lo que ha hecho por usted y luego dedíquese a trabajar para Su reino. No permita que Su gracia se derrame en vano sobre su vida (1 Corintios 15:10).