Dar la gloria a Dios

Leer Romanos 15:5-11

El ruego de Jesús al contemplar la cruz fue que Él pudiera glorificar a Su Padre (Juan 17:1). Ese debe ser también el deseo de nuestro corazón. Cuando despertemos cada mañana para iniciar un nuevo día y las noticias de tragedias o victorias lleguen a nosotros, nuestro ruego debe ser: “Padre, glorifícate”. En las tareas más sencillas y en las más difíciles, el anhelo del cristiano debe ser que Dios sea glorificado.

Cuando oramos por Su glorificación, estamos diciendo: “Señor, haz lo que sea para que recibas mayor honra y para que seas conocido”. Significa que también estamos rindiendo lo que queremos que sea el resultado. Dios, en Su soberanía, decidirá qué será lo que traerá honra a Su nombre. Y pase lo que pase, debemos creer que Él ha hecho precisamente eso.

Vivimos en un mundo que se niega a darle al Señor la honra y la alabanza debida a Su nombre. La gente rechaza al Hijo y se rehúsa a creer en Él. Pero la gloria de Dios continúa, porque Su gloria es la perfección de Su carácter, el cual nunca cambia.

Dios nos llama a alabar Su nombre. Nosotros no podemos añadirle nada a Su gloria, pero sí podemos proclamarla y revelarla. Lo honramos al adorarlo en nuestras iglesias, al testificar de Su obra en nuestra vida y al proclamar la verdad de Su santa Palabra en nuestras comunidades.

Con nuestras actitudes, acciones y palabras, tenemos el privilegio de mostrar a nuestro Padre misericordioso a un mundo que, aunque hostil, lo necesita desesperadamente. Vengamos y unámonos en amor para darle a Él la gloria.

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