Leer Hechos 16:1-15
¿Alguna vez ha orado por una situación, sintiéndose seguro de la voluntad de Dios, para luego darse cuenta de que la puerta se cerró? Quizás era la mudanza a otra ciudad, una relación para casarse, o una oportunidad de empleo que parecía tan prometedora. No importa la situación, el resultado fue confusión, decepción y, tal vez, desesperación. ¿Qué estaba haciendo Dios?
Pablo y Silas tuvieron una experiencia parecida en su segundo viaje misionero. En vez de seguir su propósito original de visitar las iglesias que habían constituido, decidieron ir a un nuevo territorio. Pero el Espíritu Santo les prohibió entrar en Asia (la actual Turquía). Así que fueron al norte, a Misia, con la intención de dirigirse a Bitinia. Pero el Espíritu Santo les cerró la puerta de nuevo.
Es posible que, a esas alturas, se hayan preguntado por qué Dios les impedía la predicación del evangelio. Después de todo, ¿no había dado Jesús la Gran Comisión (Mateo 28:19, 20)? La respuesta le vino a Pablo en un sueño: el Señor los estaba redirigiendo a Grecia, una nación con grandes ciudades metropolitanas. Desde allí, el evangelio podría propagarse con mayor rapidez; finalmente, Pablo llegó a Éfeso y desde aquí el evangelio se extendió a Asia. En el momento que Juan escribió el Apocalipsis, había al menos siete iglesias en ese continente.
Dios utiliza puertas cerradas para redirigirnos a su voluntad. Por tanto, la respuesta más sabia es confiar en su infinita sabiduría, esperar su clara dirección y seguir la guía del Espíritu Santo. La redirección de Dios trae bendición, si simplemente confiamos en Él y le obedecemos.