“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen”, Juan 10:27
En Enero del 2013, repentinamente y sin una causa aparente, perdí de un día para otro y por completo la audición de mi oído derecho. No me dolía ni estaba obstruido por la cera natural del oído, sin embargo no escuchaba absolutamente nada salvo que volteara la cara para usar el oído izquierdo.
Algo que sí noté es que escuchaba de manera amplificada mi voz interna y los pensamientos de mi cabeza, mientras que los sonidos externos me eran inaudibles. Obviamente había algún tipo de obstrucción que me estaba causando esta situación, pero en la clínica de emergencia no detectaban la causa, así que tuve que ver a un especialista, esto es, un otorrinolaringólogo.
Comparé lo ocurrido con aquella persona que no puede escuchar la voz de Dios. Lo único que escucha, y dicho sea de paso, amplificadamente, son los pensamientos de su propio corazón. El problema aquí está en que como es espiritualmente sorda de nacimiento, no se entera de su condición hasta ser tratada por el Espíritu Santo, quien abre nuestros oídos para escuchar la voz de Dios.
Después de algunas pruebas el doctor determinó que la causa de la obstrucción era una inflamación aguda y me prescribió una dosis fuerte de cortisona por dos semanas con la esperanza de que el filamento no se hubiera estropeado y pudiera volver a escuchar en “alguna proporción” al bajar la inflamación. Su asistente me dijo: “y eso… con oración”. Amada, cuando esto viene de un incrédulo es porque la situación es crítica.
Mi cuadro era el mismo de aquella que está muerta espiritualmente, o de aquella que siendo cristiana se ha inflado o envanecido tanto en su corazón que no percibe la voz de Dios. Es solo mediante una dosis fuerte de la fe que viene por el oír, que puede desinflarse el ego y permitirnos escuchar la voz de Dios. Y eso… con oración de otros a nuestro favor.
El otorrino me advirtió que si al cabo de una semana la inflamación no empezaba a ceder con la cortisona por vía oral, tendría que, por doloroso que fuera, inyectármela directamente en el oído. En ocasiones, cuando la fe no entra por el oír, ni nuestro ego o necedad ceden, Dios recurre a otros métodos a veces más dolorosos pero efectivos con tal de que nuestro oído se abra y sea receptivo a Su voz.
Si no has aceptado a Cristo como tu Salvador o si como cristiana estás tan alejada que no percibes su llamar, usa tu oído izquierdo y considera éste devocional la cortisona oral que puede abrir tu otro oído antes de tener que ser inyectada por dolorosas pruebas. En su amor Dios hará lo necesario con tal de que tu alma sea salva o que tu comunión sea restablecida con Él.
Oración: Oremos a Dios. Padre, me da trabajo escucharte. El cúmulo de pruebas, problemas y dureza de mi corazón me han impedido tener comunión contigo y escucharte diáfanamente. No quiero seguir sorda, te acepto como mi Salvador. Abre las compuertas de mi oído espiritual y permíteme escuchar aun tu más mínimo susurro. Gracias porque como oveja tuya puedo escuchar tu voz y seguirte, al igual que tú me escuchas a mí. En el nombre de Cristo, amén.