Pobre y humilde

“Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en el nombre de Jehová”, Sofonías 3:12

¡Que enorme contrasentido hablar de pobreza y humildad en una sociedad en donde el éxito y la gloria son valores esenciales! Sin embargo, Dios no funciona como los hombres y Sus principios son el camino a la bendición. Jesús llamó a los suyos, no a un reino, sino al seguimiento y a la humildad, porque Él fue “manso y humilde de corazón”.

El profeta habla aquí de restauración y bendición. Se dirige a los que están pasando por una experiencia difícil y para quienes el futuro, desde el punto de vista humano, tenía serios problemas, donde la ilusión no cabía y la esperanza casi había desaparecido.

Son circunstancias que pueden producirse hoy en nuestras vidas. Los problemas, las lágrimas y el desaliento son cada vez más frecuentes en la experiencia humana, especialmente si además vivimos en el seguimiento a Jesús como creyentes comprometidos. Él mismo nos advierte: “en el mundo tendréis aflicción” (Juan 16:33).

Por eso la importancia del primer versículo es grande. En él se nos muestra el camino a seguir para alcanzar la paz y la experiencia de bendición. Primeramente hemos de vivir en humildad. Esta es una virtud que nos lleva a reconocer nuestras propias limitaciones y debilidades, y a obrar de acuerdo con ese conocimiento.

Jesús es el humilde por excelencia a quien debemos seguir, por tanto lo que es propio de Él es también esencial para nosotros. En los Salmos el humilde es el ejemplo del creyente piadoso. Es el paso previo a la bendición: “humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte cuando fuere tiempo” (1 Pedro 5:6).

La humildad es el camino al descanso. En medio de nuestras inquietudes la paz nace para el corazón humilde: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29).

La segunda demanda en el camino de la bendición es ser pobre. No se trata de pobreza económica, sino espiritual. Es la primera bienaventuranza: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3). Solo no teniendo nada de mérito personal somos aceptados por Dios.

La riqueza está en la pobreza en espíritu: “Yo conozco… tu pobreza, pero tú eres rico” (Apocalipsis 2:9). Somos más que vencedores en Dios cuando somos humildes y pobres. El profeta nos advierte que la victoria personal descansa en que “confiará en el nombre de Jehová”. No podemos, pero Él puede; no tenemos fuerzas, pero Él tiene todo el poder; a nosotros nos parece que la situación en que estamos es insuperable, pero para Él no hay nada difícil.

No hay otro camino para la bendición personal que caminar en la senda de la humildad y la pobreza. Es venir a Dios con nuestras cargas reconociendo que no podemos pero Él sí puede.

Sin duda es difícil mantenerse en este camino, pero miro al texto y descubro en él la fuente de poder: “Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre”. Lo hará Él. Yo fracaso de antemano en todo esto, pero Él me da la fuerza necesaria para recorrer mi camino conforme a Su voluntad.

Oración: Señor, dame la bendición de confiar sólo en ti. En el nombre de Jesús, amén.

Por: Samuel Pérez Millos

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