Otra vasija

“Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla”, Jeremías 18:4

Dios tomó la figura del alfarero para enseñarnos una alentadora lección. La vasija que en sus manos estaba moldeando es una comparación con los creyentes. Es Dios mismo que dice: “He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano”. La primera porción de aliento es que cada uno de nosotros estamos en la mano del Salvador. Él mismo dijo: “yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (Juan 10:29).

El Padre celestial ha determinado que todos sus hijos seamos conformados a la imagen de Jesús (Romanos 8:29). Esta operación la está realizando el Espíritu Santo, reproduciendo en nosotros el modelo de vaso perfecto que es el Señor. Está trabajando para hacer de cada uno de nosotros una vasija con características excepcionales: tiene el atractivo del amor, como el de Cristo, que se manifiesta en toda ocasión… en el hogar, entre hermanos, hacia el mundo que se pierde.

Además, Dios desea que estemos llenos de gozo, el profundo sentimiento que brota de una vida de comunión y descanso en Él. Añade también la serena tranquilidad ante la vida, que es el resultado de la experiencia de la paz. Quiere que la vasija sea capaz de resistir cualquier embate, por eso le da la paciencia para soportar las afrentas y sufrir sin rencor vengativo.

También añade la benignidad, el elemento que nos hace útiles y serviciales. También genera la bondad, expresión de un carácter noble, capaz de perdonar. Además está la fe, más bien la fidelidad, que hace que nuestra vida se ajuste a la fe que declaramos. Un elemento más es la mansedumbre, disposición a ceder los derechos a favor de los demás, sometiéndonos a la voluntad de Dios. Finalmente añade un último componente, la templanza, que nos hace ser capaces de controlarnos a nosotros mismos y vivir en santidad.

Por la razón que sea tal vez mi vida pueda inutilizarse, ya sea porque el vaso que soy se echa a perder o porque no adopto la forma que el Alfarero celestial quiere darme. Es posible que algún fracaso moral agriete mi existencia o acaso una desorientación espiritual me está haciendo inútil para Dios. Tal vez he faltado en las relaciones familiares o es posible que esté desalentado porque no tengo resuelto mis problemas espirituales. Estoy desalentado y desanimado. Me doy cuenta de que he fallado a Dios.

Pero el aliento divino viene en mi ayuda. La vasija quebrada sigue en la mano del alfarero. Él no se cansa e inicia de nuevo el trabajo en mí. Él no arregla los defectos, hace algo mucho más admirable: “volvió y la hizo otra vasija”. Dios no quiere que mi vida sea parcialmente triunfante, busca un triunfo completo. Su propósito se cumple inexorablemente: “…el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús”.  

El secreto para ser un vaso útil para Dios, provechoso para el mundo y satisfactorio para mí mismo, consiste en permitir que el Espíritu haga en mí el cambio que necesito. Debo permitir que Él lo haga, que me quebrante, que me moldee, que me transforme. No habrá nada que pueda impedir que cada vez sea más semejante a Jesús.

Oración: Señor, que yo no impida tu obra, cámbiame, renuévame, pero, por favor, no permitas que me haga inútil para tu propósito. 

Por Samuel Pérez Millos

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