“Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza; mas no se apresure tu alma para destruirlo”, Proverbios 19:18
Todo método correctivo desproporcionado terminará siendo injusto en el tiempo por la naturaleza abusiva en su aplicación.
Un método supuestamente correctivo, pero que a la misma vez exceda los límites de lo razonablemente justo, conlleva en sí mismo el germen de la destrucción. El texto de hoy nos advierte de ese balance necesario a la hora de aplicar la disciplina. En primer lugar, nos ordena a ejercer la disciplina paterna con autoridad y responsabilidad: “Castiga a tu hijo en tanto que hay esperanza” dice la primera parte del proverbio.
Dios, el ser más sabio del universo y que está por encima de todos los profesionales de la conducta, nos dice en Su santa Palabra que debemos castigar a nuestros hijos. No estoy de acuerdo con sistemas educativos o normas estatales que quitan a los padres el derecho de corregir adecuadamente a sus hijos, aun con castigos físicos moderados, si es necesario.
Hay normas, métodos, procederes y castigos que son correctos, justos, adecuados y necesarios para desterrar ciertas conductas peregrinas de nuestros hijos, y eso es algo que Dios ve con buenos ojos. Es uno de los medios divinamente establecidos por Él para que nuestros hijos sean conducidos por el camino del bien. “Castígalo con vara que no morirá”, advierte Salomón en Proverbios 23:13.
Lo segundo que nos aconseja el texto es que debemos evitar el desbalance a la hora de ejercer la disciplina: “mas no se apresure tu alma para destruirlo”. El derecho a corregir tus hijos no te da el derecho de destruirlos. Recuerda que ellos son seres humanos y tienen un alma muy sensible que debemos cuidar. Un exceso en la disciplina puede dejar huellas profundas que quizás nunca cicatricen. La responsabilidad de ejercer disciplina no tira por tierra el hacerlo con ecuanimidad, amor, ternura y para la gloria de Dios.
Hay un momento adecuado para disciplinar. Cuando los ánimos están muy caldeados, la disposición presurosa y el razonamiento oscurecido por la ira, el enojo, o cualquier malestar añadido, es preferible posponer la disciplina para otro momento en el que podamos ejercerla bajo el dominio propio, de forma tal que todo exceso sea evitado.
Nuestros hijos son joyas delicadas que Dios ha puesto en nuestras manos, y si bajo un falso escudo de indignación, molestos por sus conductas, en actos exagerados, nosotras llegamos a destrozar sus corazones bajo una disciplina férrea e irresponsable, podemos estar seguras de que Dios nos habrá de pedir cuentas.
Oración: Señor, enséñame con tu Palabra y ayúdame con tu Santo Espíritu a corregir con amor a mis hijos, teniendo en cuenta que son herencia de Jehová. En Su bendito nombre, amén.
Por Carmen García de Corniel