“Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, Mateo 28:19
Un día mientras salía de la escuela en la cual laboro, me encontré a tres jóvenes hombres parados afuera de la puerta de la entrada y observando a los estudiantes que jugaban fútbol. Me preocupé un poco porque por el logo en la camiseta de los hombres pude ver que se trataban de personas que vienen de una institución que trata pacientes con problemas de adicción a las drogas.
Mi preocupación se disipó al conversar con ellos y entender que solo los miraban con añoranza por las oportunidades que veían en los estudiantes y que ellos mismos ya habían perdido. Uno de ellos me comentó que aquellos niños no sabían lo que era la vida y que debían aprovechar aquello que tenían por delante.
Al escuchar sus palabras sentí la necesidad y la urgencia de predicarles el evangelio de Jesucristo y les pregunté si ellos entendían lo que era la vida, a lo cual me respondieron que sí. Refuté su respuesta y les dije que la vida era mucho más que una droga que nos llena de adrenalina para olvidar el dolor, más que una terapia de auto-superación que me dice que puedo salir de ahí si mantengo mi ánimo en alto.
Les dije que la mayoría de nosotros caemos en vicios y pecados buscando respuestas, porque no sabemos que sólo hay esperanza y consuelo en Cristo y en su Palabra. Que Cristo es un padre amoroso que no rechaza a aquellos que se acercan a Él y que a su lado estamos seguros.
El primero de ellos empezó a llorar y le pregunte si quería recibir al Señor y me respondió que sí. Invité a los otros dos y también hicieron la oración del pecador. Luego de orar con ellos y de explicarles cómo podían perseverar en el camino del Señor y de invitarlos a congregarse, los despedí con un abrazo. Los vi alejarse con una nueva esperanza y con sus rostros iluminados por una sonrisa.
Esa misma semana participé en una conferencia y uno de los charlistas hizo una pregunta que desafió mi vida: ¿Dónde están tus lágrimas por los perdidos? Nos recordaba que predicar la palabra de Dios no es opcional, es un mandato, es una orden que debe ejecutarse con carácter de urgencia.
Amadas, mucha gente está sufriendo, viviendo sin fe y sin esperanza. Están buscando refugio en los lugares equivocados y tú y yo sabemos cuál es el único lugar donde encontrarán descanso para sus almas atribuladas. Que nuestras lágrimas por los que se pierden puedan ser enjugadas por nuestro Padre Celestial y que podamos cumplir con la gran comisión, sin importar que nos rechacen y nos llamen locas.
Oración: Padre, llénanos de misericordia por los perdidos, danos un corazón sensible por el sufrimiento de este mundo caído. Haznos más como tú, para que podamos darnos sin medir el esfuerzo, sin medir el tiempo, y que dejemos nuestro confort para ir tras los que se pierden. En el nombre de Jesús, amén.
Por: Belinda Castellanos