“¡La voz de mi amado! He aquí él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados”, Cantares 2:8
Cantares es el libro del amor en el matrimonio. Es la revelación de Dios que establece cómo debe ser el trato entre los esposos. El versículo seleccionado expresa el gozo de la esposa que oye la voz de su amado y sabe que viene a su encuentro superando todos los obstáculos. No debemos alegorizar este libro, pero podemos tomar el texto como ilustración del pronto encuentro que esperamos con nuestro amado Salvador.
Jesús estableció un compromiso con su iglesia: “voy a preparar lugar para vosotros, y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:2-3). El apóstol Pablo escribe sobre ese acontecimiento, recalcando que el mismo Señor que ascendió al cielo vendrá otra vez y nos arrebatará de la tierra para encontrarnos con Él en las nubes, “y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tesalonicenses 4:17).
Ha pasado mucho tiempo desde que Él hizo la promesa, pero, aunque para nosotros es mucho, para Él es como nada. Nuestros días son distintos al tiempo suyo. El alma, en medio de las dificultades propias de la vida, suspira mirando al cielo y esperando oír la “voz del Amado” que viene a buscarnos. No sabemos cuándo será, pero sabemos que será, porque “el cielo y la tierra pasarán pero sus palabras no pasarán”.
Él lo ha prometido y se cumplirá en su tiempo. El momento del encuentro con Jesús producirá un profundo cambio en nosotros. El apóstol dice que uno de ellos será el de la transformación de nuestros cuerpos. En ellos hemos experimentado los problemas de la vida, la angustia de situaciones extremas, la tristeza de la partida de los nuestros, la enfermedad que afligió nuestra vida, la soledad y el abandono.
Pero, de pronto, el cuerpo de nuestra habitación terrenal será transformado por otro semejante al cuerpo resucitado del Señor. Todo el conflicto y la aflicción dejarán de ser. Las angustias y contrariedades serán ya asunto del pasado. La ausencia de los que nos precedieron se convertirá en una reunión perpetua. Pero, sobre todo, la gloria del encuentro nos permitirá ver cara a cara a Aquel que amándonos hasta el infinito, dio su vida por nosotros para hacernos herederos de la gloria que Él nos prepara.
Quiero acercarme por la fe a ese glorioso futuro. Quiero acallar hoy mi llanto, quiero que mis suspiros se detengan, quiero que mis quejas cesen, quiero que el alma guarde silencio para que mis oídos, sin estorbo alguno, puedan oír “la voz de mi Amado, que viene”.
Es posible que el tentador venga a decirme: ¡Cuánto tiempo hace que esperas y no vino! ¿Crees que vendrá? Si, respondo en certidumbre de fe. Ya oigo Su voz y veo que viene superando todos los estorbos. Los montes de la duda y los collados del desaliento son senda llana para Sus pies. Yo tengo obstáculos en mi fe, pero Él los salta y viene ya a mi encuentro. Sólo un poco más, alma mía, sólo un tramo más del camino, sólo unas lágrimas más, sólo un suspiro y ya estaré con el Señor.
Oración: ¡Oh, Amado mío! Ven, ven pronto. Amén.
Por Samuel Pérez Millos