“…Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y del Señor Jesucristo nuestro salvador”, Tito 1:4
¿Qué más puedo necesitar si tengo todo en este triple regalo de bendición que viene de Dios? El Dios Trino me bendice con estas tres dádivas. Parece que vienen sólo del Padre y del Señor Jesucristo, pero las tres Personas Divinas están unidas: La gracia procede del Padre, la misericordia del Hijo y la paz del Espíritu. Dios unido en un propósito de bendición, dándome cuanto necesito y mucho más.
El primer regalo es la gracia. El amor expresado en proximidad y salvación. La gracia es el elemento que obliga a Dios a venir a mi encuentro. Lo hizo como compromiso eterno. Antes de la creación determinó salvarme por gracia. Cuando vino el cumplimiento del tiempo que había determinado envió la infinita provisión de Su gracia en la Persona admirable de Su Hijo. Aquellos que estuvieron tres años con Jesús descubrieron Su gloria como la que correspondía al eterno Hijo Unigénito lleno de gracia y de fidelidad (Juan 1:14).
Dios clavó en la tierra el mástil de Su bandera de gracia en la cruz de Cristo; desde entonces ondea suprema ante todo el mundo, porque cuando el pecado abundó sobreabundó la gracia (Romanos 5:20). Mi pecado no fue mayor que la gracia que me salva. Ésta misma es la que da provisión cotidiana a mis necesidades. Cuando la angustia se presenta y las crisis de la vida se producen, cuando el tentador viene procurando derribarme, “el da mayor gracia” (Santiago 4:6). La gracia que salva me acompaña y me introducirá en la gloria donde estaré para siempre con el Señor.
El segundo don que recibo es el de la misericordia. Ninguna de mis miserias y angustias pasan desapercibidas para Él. Las conoce en la exacta dimensión y sabe por experiencia propia como hombre hasta donde alcanza esa miseria. Tal vez sea una caída espiritual, tal vez una dificultad moral, acaso una dolorosa enfermedad o, tal vez, el cansancio de una lucha personal que agotan mis fuerzas. Basta entonces que haga como el ciego junto al camino, me detengo y clamo desde el fondo de mi alma: “Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mi”.
Es entonces cuando Su voz responde a mi súplica para decirme: “queda sano de tu azote”. Oh, gloriosa misericordia. Cuanta seguridad produce en mi alma, cuanta tranquilidad en esta etapa de mi vida. Sí, sé que siempre fluye el raudal abundante en la fuente de la misericordia divina.
El tercer regalo celestial es la consecuencia natural de los otros dos. Cuando la gracia abunda y la misericordia se manifiesta, la paz es la única dimensión para el alma. Hay paz porque el Espíritu la produce en mí. Es el resultado de vivir a Cristo. Ya que “él es nuestra paz” (Efesios 2:14), sólo puedo experimentarla en la medida en que el Espíritu hace vida a Jesús en mí.
¿Por qué seguir con tristeza? ¿Por qué suspirar angustiado en medio de la prueba? ¿Por qué llorar en soledad? Tan sólo tengo que extender mi mano y tomar por fe el regalo de Dios, gozando de la gracia, disfrutando de la misericordia y viviendo en la paz.
Oración: Señor, ayúdame a vivir en dependencia de ti, porque sólo así me guardarás siempre en perfecta paz. En el nombre de Jesús, amén.
Por Samuel Pérez Millos