El gran consolador

¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos?”, Isaías 51:10

Dios se declara como el gran Consolador de su pueblo. Nos dice en Isaías 51:12, “Yo, yo soy vuestro consolador. ¿Quién eres tú para que tengas temor del hombre, que es mortal, y del hijo de hombre, que es como heno?”.

¿Con cuánta frecuencia nos sentimos paralizadas por un pánico injustificado ante la incertidumbre que se levanta desafiante en nuestra vista, y que como una fiera onda del mar amenaza con llevarse todo a su paso? Dios nos recuerda que de la misma manera como Jesucristo dio una orden a la mar y a los vientos embravecidos para que se callaran, nosotras  no “tenemos el derecho” de dudar de sus promesas, porque Él ha prometido socorrernos en todo tiempo ante las tormentas de la vida.

Basta con dar una miradita hacia atrás y recordar los hechos portentosos de nuestro gran Dios. Él fue quien detuvo el sol en Gabaón y la luna en el valle de Ajalón para que Josué obtuviese la victoria frente a los amorreos cuando éste oró (Josué 10:12). Fue Él quien preservó la vida de aquellos tres jóvenes: Mesac, Sadrac y Abednego cuando fueron lanzados vivos al horno de fuego ardiente (Daniel 3:26). Él protegió a Su pueblo durante 40 años de travesía en el desierto, tendiendo una columna de nube sobre ellos durante el día para que el sol no los abrasara, y mandando una columna de fuego que, como una planta eléctrica gigante, les iluminaba durante la noche para que sus pies no tropezaran.

El profeta Isaías nos recuerda el cuidado, la providencia y el poder de Dios desplegado a favor de su pueblo durante todo el tiempo de su peregrinación: “¿No eres tú el que secó el mar, las aguas del gran abismo; el que transformó en camino las profundidades del mar para que pasaran los redimidos?” ¡Claro que fue Él! ¿Qué dios podría hacer las obras, o tan siquiera imitar en lo más mínimo las proezas que ha hecho y continúa haciendo nuestro Dios? Ninguno, absolutamente ninguno.

Como bien declara Isaías 44:8, “No temáis, ni os amedrentéis…; No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco ninguno”. Todos los ídolos de las naciones son vanidad, engaños de hombres perversos (Isaías 41:29). Mas nuestro Dios es real; Él llena con su presencia todos los rincones del universo (Salmo 139).

Un siervo de Dios relata que en una ocasión un intelectual le dijo: “Cuando el pueblo de Israel cruzó el Mar Rojo, no ocurrió ningún milagro, lo que sucedió fue que, para esa época el nivel el Mar Rojo descendió a una altura de 4 pulgadas, y fue entonces, cuando Moisés y todo Israel atravesaron el mar”. A lo que él le respondió: “¡Gloria a Dios! Porque si es así, entonces ocurrió un milagro mucho más grande, porque en una altura de 4 pulgadas de mar, ¡se ahogó todo el ejército de Faraón!”.

Oración: Amado Dios gracias porque tú eres nuestro gran Consolador y tienes poder para librarnos de cualquier opresión. A ti sea la gloria por los siglos de los siglos. ¡Amén!

Por Carmen García de Corniel

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