“Hay quien pretende ser rico, y nada tiene; hay quien pretende ser pobre, y tiene una gran fortuna”, Proverbios 13:7
La historia del viejo Cates cuenta que era un hombre muy rico, uno de los más ricos en las islas donde vivía. Tenía una plantación de tamaño considerable y prosperaba económicamente gracias a sus productos. Por el contrario, era un hombre que tenía pocos amigos.
Era muy apegado a su dinero y los salarios que le pagaba a sus trabajadores eran muy bajos. Con los años gastó poco y acumuló una gran cantidad de ahorros. Y a lo largo de esos años no tuvo tiempo para Dios; estaba demasiado ocupado construyendo "granjas más grandes".
Después de muchos años, el viejo Cates se enfermó. Como sufría de un dolor que dificultaba su sueño, a menudo se quedaba despierto durante las noches. Su estado empeoró hasta que era evidente que no iba a vivir.
Una tarde, al oír sus gritos, su esposa corrió hacia él y le oyó decir: "¡Oh, Dios mío! ¡Jesús de Nazaret se me ha escapado!" Con eso en sus labios, murió.
Se acabó el tiempo para el hombre que no tenía tiempo para Dios. La expresión del horrible temor se mantuvo en su cara y los sonidos de sus llantos agonizantes por el calor intenso del fuego por el que estaba atravesando persiguieron a su esposa.
Al igual que el hombre rico de Lucas 16, el viejo Cates habría cambiado su riqueza por la pobreza de Lázaro, si tan solo se hubiese dado cuenta del engaño de sus riquezas.
Debemos recordar que no podemos confiar en las riquezas. Nuestra confianza puesta en Cristo asegurará nuestro futuro, ahora y en el más allá.
Lectura Bíblica Diaria
Apocalipsis 10-14