Cuando dijiste: “Busquen Mi rostro,” mi corazón te respondió: “Tu rostro, Señor, buscaré.” No escondas Tu rostro de mí; no rechaces con ira a Tu siervo; Tú has sido mi ayuda. No me abandones ni me desampares, oh Dios de mi salvación. – Salmo 27:8-9 (NBLH)
Dios nos da una orden y una invitación: “Busca mi rostro”. El salmista responde que él busca el rostro del Señor y suplica: “No escondas de mí tu rostro”. No todos sentimos lo mismo. Cuando el Señor llamó a Moisés desde la zarza ardiente, "Moisés escondió su rostro, porque temía mirar a Dios" (Éxodo 3:6b). Esa reacción inicial cambiaría, y se nos dice que Dios "acostumbraba hablar con Moisés cara a cara, como habla un hombre con su amigo" (Éxodo 33:11b NBLH). Tan cercanos y personales fueron esos encuentros, que luego el rostro de Moisés brillaba al reflejar la gloria de Dios. Pero, a pesar de tener una comunicación tan íntima, llegó un día en que Moisés pidió más: quería ver la gloria de Dios. Afortunadamente, Dios rechazó su solicitud, porque nadie podía verlo y vivir. A cambio, Dios le permitió tener apenas un vistazo de Su gloria.
Siglos más tarde, cuando era el momento adecuado, el mundo recibió mucho más que una breve visión de la gloria de Dios, esta vez seguramente resguardada en carne humana. En la persona de Jesucristo, el Dios que una vez habló cara a cara con Moisés caminó en la tierra entre las personas que Él creó y amó. Jesús se encontró cara a cara con jóvenes y viejos, amigos y seguidores y con quienes lo rechazaron. El Hijo de Dios miró al mundo con compasión y, cuando llegó su hora, ofreció su vida inocente como el sacrificio perfecto por los pecados del mundo. Mientras colgaba indefenso en la cruz, sus seguidores huyeron y sus enemigos se burlaron de él. Hasta su Padre celestial apartó su rostro de él. Jesús clamó: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?" (Mateo 27:46b).
El salmista reza: “No me deseches; ¡No me desampares, oh Dios de mi salvación!” Nuestro Dios no es indiferente a lo que nos sucede en la vida. Así nos lo ha mostrado en Jesús quien, luego de haber sido abandonado al sufrimiento y la muerte en la cruz, Dios lo levantó de la muerte para darnos perdón y vida eterna. A través del sacrificio expiatorio de Cristo, el rostro del Padre se vuelve hacia nosotros en amor y compasión.
Así como el Señor habló a Moisés para bendecir al pueblo de Israel, nos habla también a nosotros hoy: “El Señor te bendiga y te guarde; El Señor haga resplandecer Su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti Su rostro, y te dé paz” (Números 6: 24-26).
ORACIÓN: Señor, guíanos por el poder de tu Espíritu para que te busquemos en tu santa Palabra hasta que llegue el día en que, por tu gracia, nos encontremos contigo cara a cara. Amén.
Para reflexionar:
1. Si alguien te lastima u ofende, ¿se sentiría cómodo buscando tu perdón y comprensión?
2. Cuando la vida te golpea, ¿buscas a Dios, o te apoyas en tus propias fuerzas para salir adelante?
Por: Dra. Carol Geisler