Sordera espiritual

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"Dichosos los que me escuchan y a mis puertas están atentos cada día, esperando a la entrada de mi casa." – Proverbios 8: 34 NVI

"No te apresures, ni con la boca ni con la mente, a proferir ante Dios palabra alguna; él está en el cielo y tú estás en la tierra. Mide, pues, tus palabras." – Eclesiastés 5:2 NVI

"Luego regresó Jesús de la región de Tiro y se dirigió por Sidón al mar de Galilea, internándose en la región de Decápolis. Allí le llevaron un sordo tartamudo, y le suplicaban que pusiera la mano sobre él. Jesús lo apartó de la multitud para estar a solas con él, le puso los dedos en los oídos y le tocó la lengua con saliva. Luego, mirando al cielo, suspiró profundamente y le dijo: «¡Efatá!» (que significa: ¡Ábrete!). Con esto, se le abrieron los oídos al hombre, se le destrabó la lengua y comenzó a hablar normalmente. Jesús les mandó que no se lo dijeran a nadie, pero cuanto más se lo prohibía, tanto más lo seguían propagando. La gente estaba sumamente asombrada, y decía: «Todo lo hace bien. Hasta hace oír a los sordos y hablar a los mudos»." – Marcos 7:31-37 NVI


Después de escuchar el devocional, medita en los siguientes puntos:

 

Esta mañana me levanté pensando...

… en las veces que alguien me ha dicho una cosa y yo he escuchado otra. Y en las que veces yo he hablado y la otra persona escucha algo distinto, ¿te ha sucedido?

1. La sordera nos impide vivir a plenitud. Las historia que encontramos en Marcos 7:31 nos muestra a un hombre sordo y tartamudo que fue llevado al lugar y a la persona correcta para ser sanado. Todos llegamos igual a los pies de Jesús: sordos espirituales y hablando a medias.

2. El lugar favorito de Jesús, donde él manifiesta su gloria y poder es “aparte de la multitud, a solas”. Él ama y desea intimar conmigo en todo momento; pero la multitud nos abruma, y de tanto prestar nuestros oídos al mundo hemos quedado sordos, espiritualmente hablando.

3. Cuando caminamos por la vida sordos ante la voz de Dios y hablando a medias no podemos vivir plenamente, pues al tener los oídos cerrados somos fácilmente distraídos y engañados al no escuchar lo que debemos.

4. Vivir la vida sordos espiritualmente y tartamudos complica todo, las cosas salen a medias y nuestra comunicación está trastornada.

5. Cientos de veces, por no tener nuestros oídos abiertos a Dios, las apariencias nos engañan y el enemigo se encarga de hablarnos.

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