“Pero fiel es el Señor…” – 2 Tesalonicenses 3: 3
Estábamos a 2.000 millas de casa, siguiendo adelante con nuestro firme compromiso de encontrar aventura en nuestros primeros años de matrimonio. El día había estado más caliente de lo que estábamos acostumbrados, explorando la gran ciudad, caras nuevas y una entrevista de trabajo que parecía prometedora. Volvimos a la habitación del hotel tarde por la noche – cansados, pero satisfechos – para encontrar una nota que habían deslizado debajo de la puerta de nuestra habitación.
“Llame a su padre inmediatamente.”
De repente, más alerta que cuando llegamos, nos abrimos camino a través de líneas telefónicas y tarjetas de llamadas para conectar con mi suegro. Había ocurrido un accidente y, en un instante, mi suegra de cincuenta y dos años se había ido.
Así, sin planificar.
Así de impactante.
Algo tan surrealista nos estaba pasando a nosotros.
Lo que sucedió después está borroso, y todo lo que podemos deducir es que el Señor debe haber colocado un ángel disfrazado en la recepción del hotel esa noche. Con las lágrimas corriendo en nuestros rostros y el cuerpo tan débil que apenas podíamos estar de pie, susurramos las palabras: “¿Puede usted ayudarnos?”. Antes de darnos cuenta, estábamos en el siguiente vuelo a casa atrapados en una terrible pesadilla de la que desesperadamente deseábamos poder despertar.
Su muerte había sorprendido su pequeña ciudad natal en Indiana, donde fue maestra de escuela primaria y una amiga para muchos. La línea de ingreso al funeral de horas de largo, estaba desbordada de todo el mundo, desde sus jóvenes estudiantes y sus padres, hasta los amigos de toda la vida que habían viajado desde el otro lado de las fronteras estatales. Nos quedamos de pie dando la mano y aceptando condolencias hasta casi la medianoche.
“Asegúrate de que tú audazmente prediques el Evangelio.”
No pudieron haber sido más claras y familiares las instrucciones para un funeral. Y audazmente lo predicaron. En un auditorio lleno de cientos, el pastor habló de verdad, esperanza y vida. La vida que se compone de infinitamente más que de lo que éste mundo tiene que ofrecer. La vida que dice que Jesús es mejor, que Jesús lo ha hecho todo, que Jesús es digno, y que Jesús es fiel en medio del más profundo sufrimiento que tendrás que afrontar en esta tierra.
Y con la cabeza gacha y las manos levantadas a través de la habitación, ese día yo tenía un asiento de primera fila delante de la fidelidad de mi gran Dios.
Él fue fiel en la vida, dibujando a mi suegra como a sí mismo y haciendo de ella una nueva creación en Cristo.
Él fue fiel en la muerte, asegurándose de que el tiempo expirado en la tierra realmente no es el fin para aquellos que confían en Él.
Y Él fue fiel en el sufrimiento, proporcionando gracia sobre gracia y haciendo conocido Su Nombre a los que desesperadamente necesitaban oír de su necesidad de un Salvador.
Este es nuestro Dios, y Él es como ningún otro.
Entonces, ¿cuáles son las tres palabras que podemos decir cuando este mundo siente sin esperanza, cuando nuestros enemigos son implacables y cuando nuestro pecado nos enreda? Alabado sea Dios que aún en nuestra infidelidad…
Él es fiel.
Él es fiel… en la vida, en la muerte, en el sufrimiento y en un millón de otros momentos mundanos a lo largo de nuestros días ordinarios. En todas estas cosas, “pueda el Señor encaminar vuestros corazones al amor de Dios y a la paciencia en Cristo.”(2 Tesalonicenses 3: 5)
Y así, Padre, por lo que Tú eres podemos confiadamente ponerlo todo a tus pies una vez más y orar “Hágase tu voluntad”.
Por Whitney D.