Cuántas veces he leído este pasaje sobre el sabio rey Salomón, pero quizá por la etapa de la vida en que estoy —formando y educando vidas— en esta ocasión me identifiqué grandemente con aquel joven rey que iniciaba su mandato:
“…soy como un niño pequeño que no sabe por dónde ir… Dame un corazón comprensivo para que pueda gobernar bien a tu pueblo, y sepa la diferencia entre el bien y el mal. Pues, ¿quién puede gobernar por su propia cuenta a este gran pueblo tuyo? Al Señor le agradó que Salomón pidiera sabiduría”, 1 Reyes 3:7, 9
¿Acaso no es así como nos sentimos muchas veces como madres, como un niño pequeño que no sabe por dónde ir? E incluso si todavía no eres mamá, igual te puede pasar, sin saber por dónde ir en la vida, qué camino tomar. Así se vio Salomón frente a la titánica tarea de dirigir a un pueblo tan grande y Dios le regaló una oportunidad increíble: “¡Pídeme lo que quieras!” De las tantas cosas que Salomón podía haber pedido, solo escogió una: sabiduría.
Sabiduría. Es muy diferente de inteligencia. La inteligencia está ligada al intelecto, al conocimiento. La sabiduría va ligada al corazón. Es “un corazón comprensivo, que gobierna bien, que sabe la diferencia entre el bien y el mal”. Yo quiero eso. Quiero que sea una marca notoria de mi vida, de la manera en que tomo las decisiones, cómo educo a mis hijos, cómo me conduzco en mis relaciones con otros.
¿Sabes? Pedir sabiduría no fue un privilegio exclusivo de Salomón. Varios siglos después el Señor inspiró al apóstol Santiago para escribir estas palabras: “Si necesitan sabiduría, pídansela a nuestro generoso Dios, y él se la dará; no los reprenderá por pedirla” (Santiago 1:5, NTV). Tú y yo también podemos hacerle este pedido a Dios.
¿Y por qué tanto afán con la sabiduría? El mismo Salomón nos responde:
“No des la espalda a la sabiduría, pues ella te protegerá; ámala, y ella te guardará. ¡Adquirir sabiduría es lo más sabio que puedes hacer! Y en todo lo demás que hagas, desarrolla buen juicio. Si valoras la sabiduría, ella te engrandecerá. Abrázala, y te honrará. Te pondrá una hermosa guirnalda de flores sobre la cabeza; te entregará una preciosa corona” (Proverbios 4:6-9).
Y si lees el pasaje del principio, termina diciendo: “Al Señor le agradó que Salomón pidiera sabiduría”. Dios quiere que su pueblo sea un pueblo sabio, que sepa discernir, que tenga buen juicio.
¿Cómo se vuelve sabia una persona? Cuando conoce a Dios. “El temor del Señor es la base de la sabiduría. Conocer al Santo da por resultado el buen juicio” (Proverbios 9:10, NTV). No basta con decirle a Dios “quiero ser una persona sabia”. Tenemos que ir a la fuente de la sabiduría y buscarla allí. Algo así como cuando queremos hacer una comida rica y buscamos la mejor receta. Si queremos la mejor sabiduría, la que viene de Dios, tenemos que buscarla en él y en el manual que ya nos dejó, la Biblia.
¿Quieres tener éxito como madre de familia? “Una casa se edifica con sabiduría y se fortalece por medio del buen juicio” (Proverbios 24:3). ¿Quieres triunfar realmente en la vida? “Adquirir sabiduría es amarse a uno mismo; los que atesoran el entendimiento prosperarán” (Proverbios 19:8).
La mayoría de estos consejos provienen de aquel mismo joven que fue lo suficientemente sabio como para pedir sabiduría. Y así agradó a Dios. ¿Qué tal si hacemos nosotros lo mismo?