Hablando al corazón
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“Pero he aquí que yo la atraeré y la llevaré al desierto, y hablaré a su corazón”, Oseas 2:14
Dios tiene métodos excepcionales para dialogar con nosotros. Sobre todo cuando nos estamos olvidando de Él, como le ocurría con Israel. El versículo anterior termina de este modo: “…se olvidaba de mí, dice Jehová”. Pero Él no se olvida de nosotros. No puede hacerlo porque Su promesa se lo impide: “Yo nunca me olvidaré de ti” (Isaías 49:15).
Muchas veces nuestro silencio es todo lo que recibe Dios de nosotros. No le alabamos por sus favores ni misericordias, no contamos los bienes recibidos de su mano para agradecerle, no apreciamos su majestad para adorarle. Pero Él quiere hablar con nosotros y para eso supera todos los obstáculos que levantamos.
Primeramente nos acerca a Él con mayor intensidad: “yo la atraeré”. La atracción suya no es por fuerza, sino por amor. Esta es su forma: “Con cuerdas humanas los atraje, con cuerdas de amor” (Oseas 11:4). Este es el mayor atractivo de Dios. No es un amor que nace a causa de mis condiciones, sino que antecede a la creación: “Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31:3).
Me amó sin razón para hacerlo, porque “más Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). Un amor así ejerce una especial atracción sobre todo a la sombra de la cruz: “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo” (Juan 12:32).
Sí, muchas veces me olvido de su amor, pero Él insiste atrayéndome con su admirable, infinita, e incomprensible gracia. Es posible que ni siquiera haya sentido ese afecto últimamente, pero sé que ha determinado acercarme a Él para que pueda ser bendecido. Es ahí cuando usa otro camino. Mira el versículo: “la llevaré al desierto”. El lugar de las dificultades, la soledad y el desaliento. Permite que las pruebas me estrechen, que la tristeza me inunde, que la inquietud se apodere de mí, que los días buenos sean sólo un recuerdo en el pasado de mi vida.
Miro a mi entorno y estoy sólo con mi prueba y mi incapacidad. Clamo y mi voz parece que sólo la lleva el viento de la aflicción. El calor de la prueba agota mi vida. Aquí es donde comienzo a sentir necesidad de Dios. La oración se renueva y la voz de mi súplica vuelve a entrar en Cristo al trono de gracia para alcanzar el socorro oportuno.
No es fácil el camino que Dios usa para acercarme a Él, pero es el más eficaz. En el desierto de mi vida, cuando no hay provisión de fuerzas ni recursos, sólo queda la dependencia de Dios. Dios me acerca a Él de esta manera.
¿Para qué lo hace? Oigo sus palabras: “le hablaré a su corazón”. No es la voz tronante del cielo que estremece los montes y quiebra las peñas, es el silbo suave y apacible de su gracia que viene a dialogar conmigo. No habla a mis oídos, habla a mi corazón. El lugar íntimo, a lo recóndito de mi vida, a donde sólo Él puede llegar. Por su Espíritu me dice en un íntimo susurro: “Tu eres mi hijo” (Romanos 8:16).
Así se restaura un diálogo de amor y bendición. Si soy su hijo no puedo dudar que me dará todas las cosas necesarias.
Oración: Oh, Señor, llévame al desierto si es necesario, pero que no deje de oír tu voz y sentir la atracción de tu gracia. En el nombre de Cristo, amén.
Por: Samuel Pérez Millos